El matiz de la obscenidad

El diccionario me consuela: la obscenidad ofende el sentido común de la decencia. Una definición tan divertida ocurre unas pocas veces en cientos de páginas. Mientras tanto, empiezo por pensar en este «pudor» que, de ser subjetivo -es decir, inherente exclusivamente a la percepción singular- se convierte en monstruosamente «común». ¿No es éste un ejemplo de obscenidad?

El Moloch universal, prepotente y hegemónico, ocupando el lugar de la sensibilidad, hasta el punto de empujar a la lingüística hacia un lugar de aterrizaje malsano: el «sentido común». ¡Qué horror! Cuanto más lo pienso, más de acuerdo estoy con Lacan cuando describió el lenguaje como una jaula que da forma al espíritu mucho antes que los genes.

Mujer de pie sobre una silla con las manos hacia los pies. ¡Los que definen algo como una obscenidad se convierten ellos mismos en trivialmente obscenos!

Pero entonces, ¿qué puede haber más sublime en descubrir que cualquier elemento es realmente capaz de trastornar el (en absoluto común) sentido de la decencia de uno? Adán se dio cuenta de que estaba desnudo cuando se convirtió en Dios mismo, es decir, cuando surgió una dialéctica entre su ego y el ego obscenamente creado de su creador barbudo. Adán se dio cuenta de que su pudor había sido cosquilleado por el poder oculto en sus propias manos: ¡qué pornográfico es el Génesis!

¡Que venga lo obsceno! ¡Que invada cada fragmento de aire que respiramos! Que despierten los que piensan que taparse el sexo es una necesidad moral. Al infierno con (o quizás, sería mejor decir, con «Dios») la ética sin sentido y bienvenida sea la estética que se deleita en sí misma y en su autodescubrimiento, que se deja llevar de la mano por lo obsceno para explorar cada fragmento de su ser.

Y, por el amor de Dios, que se cubran los ojos los que lloran de escándalo…. ¡Sufrimos demasiados escándalos! ¡Respiremos el aire de la contemplación pura! ¿O piensan que el Dios que verán al final de los días estará cubierto de hojas de higuera?


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